Un abismo me separaba de ellos. Luces azules salÃan de unos tubos fluorescentes y recorrÃan el pasillo transformándolo en una pasarela de moda futurista, plagada de extraterrestres. Me encontraba en la última fila de asientos, el lugar que cualquier terrÃcola hubiera elegido para pasar desapercibido. Desde allÃ, disfrutaba de aquel espectáculo tan ajeno pero, aun asÃ, tan mundano. Los rayos de los faroles, penetraban amarillentos desde afuera en la atmósfera frÃa que nos aislaba. Iban quedando atrás con la misma rapidez con la que nuevos focos dejaban descansar sus destellos en las tibias cabezas tambaleantes. Mientras avanzábamos, el ruido estridente del timbre logró detener la máquina. Una mujer con sombrero y rasgos renacentistas descendió hacia la acera, dejando solo el aroma de un perfume que me iba a acompañar durante todo el viaje. Entretanto, otro pasajero aparecÃa lejos de mÃ, donde la audiencia todavÃa no podÃa contemplarlo. Dirigió sus pasos en dirección hacia el fondo con un andar que suscitaba la añoranza de un tiempo que desconocÃa. Fue entonces cuando descubrà que era él. Lleno de desasosiego e invadido por la sorpresa observé cada movimiento que hizo hasta sentarse dos hileras delante de mÃ. Antes de acomodarse revoleó su mirada en todas las direcciones con una energÃa sutil y pacÃfica que reposaba en los lugares más recónditos de la nave, buscando en ellos la seguridad de no caer en la zozobra. Sin embargo, no alcanzó a verme. La vibración tan caracterÃstica del gran armatoste y el viento que chocaba contra mis mejillas me advertÃan que no estaba soñando, aunque no era del todo consciente. La dimensión que poseÃa la irracionalidad de lo que estaba ocurriendo me sobrepasaba. Una melodÃa psicodélica sonó en su teléfono alejándome de la abstracción que me consumÃa. Toda mi atención estaba puesta en él. Sacó de su bolsillo un celular y lo sostuvo con una delicadeza que no se correspondÃa con lo descuidado que aparentaba. Su voz irrumpió en el aire sumergiéndose en el huracán que me aplastaba desde la ventana. En mi cabeza se creaba la efigie de un tiempo pasado inmerso en una neblina que contrastaba una multitud posada en una montaña, mientras me dejaba amilanar a sus espaldas. Habiendo guardado su teléfono, permaneció observando hacia afuera prescindiendo el estrépito que lo rodeaba sin sucumbir. Cada tanto giraba su cabeza con serenidad para subrayar alguna eminencia. Yo lo envolvÃa con mi vista, sin dejar ni un mÃnimo detalle fuera de ella, como si se fuera a esfumar. El pasillo estaba más oscuro. Estiró el brazo y se sostuvo con el asiento, poniéndose de pie. Giró su cuerpo deslizándose en el caucho que cubrÃa el suelo, estábamos enfrentados. Sus ojos ignoraban la tensión que los fundÃa con los mÃos, formándose una mirada implÃcita colmada de ironÃa, y que sembraba asà una conexión desmedida. Corajudo, caminó hacia la puerta trasera e hizo sonar la campana, que anunciaba el fin de su trayecto. Su cuerpo se mimetizó en la noche negra y desde que se desligó de aquel mundillo, nunca más lo volvà a cruzar. Ahora estoy manejando y por el espejo los miro danzar, me estoy transformando en marciano, pronto me voy a bajar.